martes, 16 de junio de 2009

la renovación y los ciclos agricolas

“vida y muerte no son extremos de una línea recta, sino de dos puntos situados de manera diametral en un circulo que esta en movimiento”[1]
La muerte contiene al ser y el ser a la muerte, por que la energía no se destruye, se transforma y es participe en los ciclos cósmicos; esta idea es la base de la configuración del universo precolombino.
El nacimiento se interpreta como una destrucción de la que surge una nueva vida, la hora del parto también se le llamaba “hora de muerte”.
También el grano de maíz hundido en la tierra debe morir para que pueda brotar la planta:
La agricultura no es una simple técnica profana, sino que es todo un ritual que forma parte de un ciclo cósmico, pues de este depende el tiempo, las estaciones, época de siembra y de cosecha; además se realiza sobre el cuerpo de la tierra- madre, y la semilla se introduce en el dominio de los muertos, de manera que aquí aparece de nuevo la dualidad vida-muerte, pues se podría equiparar enterrar un cadáver con sembrar una semilla, es decir la muerte tiene en si misma el germen de la vida pues la energía liberada al morir se transforma y permite la regeneración de los ciclos vitales.
“La muerte muestra no ser ya sino un cambio provisional en la manera de ser. El invierno no es nunca definitivo, pues va seguido de una regeneración total de la naturaleza, de una manifestación de formas nuevas e infinitas de la vida; nada muere realmente, todo se reintegra en la materia primordial y reposa en espera de una nueva primavera.”[2]
La concepción de la muerte y resurrección de la planta esta presente en los mitos y los ritos del maíz, planta en torno a la cual se desarrollo la cultura y la religión por ser el alimento básico de la sociedad precolombina. Según el mito maya-quiche el hombre al ser creado fue moldeado con masa, por lo tanto el maíz no solo era el alimento que sustentaba la vida si no que era la propia carne, nuestro cuerpo.
El maíz es el milagro cósmico de la renovación de la vida y alrededor de el gira el pensamiento del mantenimiento del orden cósmico, pues la germinación el grano es el sacrificio y la resurrección de Centeótl, dios del maíz, muere para transformarse en alimento, por que la semilla hundida en la tierra debe morir como el sacrificado para resurgir gloriosamente.
Cada etapa del desarrollo del maíz tiene su propia divinidad:
Xipe Tótec, “el desollado” dios de la siembra del maíz
Chicomecóatl, diosa de los mantenimientos, es la deidad de la abundancia.
Xilonen, diosa de las mazorcas tiernas.
Xochiquetzal, deidad de las flores, favorece la maduración de la mazorca
Tlazolteotl, diosa de la fecundidad, da a luz a Centeótl, es una de las advocaciones de las deidades de la tierra.
Ilamatecutli, “la señora de la falda vieja” es la mazorca seca, cubierta ya por las hojas amarillas y arrugadas.
La siembra del maíz era un ritual considerado sagrado donde eran necesarios algunos sacrificios, auto sacrificios y un periodo de continencia sexual; en el maizal se marcaban los cuatro puntos cardinales para convertirlo en la imagen del universo; al abrir los agujeros con la coa en el suelo y depositar el grano simbolizaba el acto sexual, la fecundación de la diosa de la tierra; la sangre que regaba los campos servía como abono que favorecía el desarrollo del maíz y el vigilante del maizal era el jaguar símbolo de Tezcatlipoca, que devora los animales que roen y pican las siembras.
El maguey era otra de las plantas sagradas pues de ahí se extraía el pulque, según el mito Quetzalcóatl Ehécatl quería encontrar algún licor para llevar al hombre, entonces fue a buscar a una diosa virgen llamada Mayáhuel quien era cuidada por su abuela, una de las diosas Tzitzimine, Quetzalcóatl las encontró dormidas, despertó a Mayáhuel y la trajo al mundo sobre los hombros, apenas llegaron a la tierra se escondieron en un árbol con dos ramas una se llamaba Quetzalhuéxotl, sauce precioso ahí se escondió Ehécatl y la otra era Xochcuahuitl, árbol florido que era Mayáhuel; la abuela al no encontrarla cuando despertó llamo a las otras tzitzimime y bajaron a la tierra a partir en pedazos la rama donde se encontraba Mayáhuel y se la comieron dejando solo sus huesos, cuando se fueron Ehécatl salió de su escondite, enterró los huesos y de ahí salió una planta llamada metl, maguey.
Mayáhuel tuvo que morir para que de sus restos naciera la planta, en las representaciones de los códices surge de entre las hojas de maguey, su signo es de malinalli, haz de hierbas que brota de un cráneo, prototipo de caducidad pero también de renovación.
Tanto el maíz como el maguey son dos ejemplos que explican los fenómenos de la naturaleza como actos de las deidades y en ambos se presenta el ciclo de muerte y resurrección.
Las ideas de la muerte y la tierra están íntimamente ligadas no solo por que la tierra es al lugar donde van los cuerpos, sino por que también es el lugar donde se ocultan los astros cuando caen en el poniente y van al mundo de los muertos; pero la tierra también se asocia con la fertilidad.
La diosa madre y de la tierra representada por Coatlicue quien recoge en su seno los cuerpos de los individuos muertos y a su vez es la gran paridora, todo retorna a su seno para volver a nacer.
Tlaltecuhtli, el señor de la tierra, se le representa como un personaje con las grandes fauses abiertas y con colmillos, manos y pies con garras, por lo general esta adornado con cráneos, su pelo es encrespado y tiene ciempiés, alacranes, arañas y serpientes; las representaciones escultóricas que se conocen no estaban a la vista, sino que el relieve con la figura del dios siempre estaba volteado hacia abajo, hacia la tierra.
[1] López Austin, Alfredo. “Tlalocan y Tamoanchan.” p.174
[2] Eliade, Mircea. “Tratado de historia de las religiones.” p.229

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